Las enfermedades cardiovasculares son la principal causa de mortalidad en Europa, siendo responsables de más de 4,3 millones de muertes al año y representando un 48% de todas las muertes. En particular, la enfermedad cardiaca coronaria es la causa de 1,9 millones de muertes al año en Europa y el accidente cerebrovascular de 500.000. Y esto es así a pesar de disponer de medicamentos que han demostrado claramente su valor para tratar y reducir el impacto de la enfermedad.
España no es una excepción, de modo que la enfermedad cardiovascular sigue manteniéndose como la primera causa de muerte por encima del cáncer y de las enfermedades respiratorias. Según datos del Instituto Nacional de Estadística del año 2013, aproximadamente un 30% de las muertes en España son debidas a enfermedades cardiovasculares. Por ponerlo en perspectiva, matan 65 veces más que los accidentes de tráfico.
Ante esta situación, desde hace tiempo se están realizando importantes esfuerzos desde diferentes ámbitos para asegurar que los pacientes se tomen la medicación, esfuerzos que liderados desde las administraciones sanitarias, deben ser capaces de introducir cambios en la propia Administración, en la actitud de los profesionales sanitarios y de los pacientes, así como en los mismos fármacos, para que el tratamiento de la enfermedad cardiovascular cumpla sus objetivos de reducir muertes y discapacidades evitables.
“Debemos empezar a educar desde la infancia, poniendo en marcha programas de educación para la salud en las escuelas a niños entre tres y ocho años, que no solo ayudarían a mejorar su estilo de vida sino que convertirían a los niños en motores de la promoción de la salud en su entorno familiar”, apunta José Ramón González-Juanatey, jefe de cardiología del Hospital Clínico Universitario de Santiago de Compostela.
La clave está en la prevención y el tratamiento adecuado
La buena noticia es que muchos de los factores de riesgo de la enfermedad cardiovascular son modificables, lo que significa que se pueden corregir mediante cambios en el estilo de vida (ejercicio, dieta) y tratamiento farmacológico. Sin embargo, aunque se acumulan las evidencias que apoyan el beneficio de estas intervenciones, su aplicación en la práctica dista mucho de ser óptima. Y esto sucede tanto en prevención primaria, es decir, antes de que se haya producido un accidente cardiovascular, como en prevención secundaria, cuando ya se ha producido un primer episodio pero se intenta evitar que se repita.
La principal razón de la brecha existente entre la evidencia y la práctica es la poca percepción del riesgo, ya que los factores más frecuentemente implicados en el desarrollo de enfermedad cardiovascular, como hipertensión y niveles elevados de colesterol, actúan de forma silenciosa, sin producir síntomas.
La adherencia, una asignatura pendiente
En el año 2003 la Organización Mundial de la Salud definió el término adherencia como “el grado en el que la conducta de un paciente, en relación con la toma de medicación, el seguimiento de una dieta o la modificación de hábitos de vida, se corresponde con las recomendaciones acordadas con el profesional sanitario”. En España se estima que un 50% de los pacientes con alguna enfermedad crónica no se adhiere de forma adecuada al tratamiento, es decir, no toma nunca la medicación, la toma pero no de forma constante o la abandona, lo que se traduce en una progresión evitable de la enfermedad, y por tanto en mayor riesgo de complicaciones, reducción de las capacidades funcionales, baja calidad de vida e incluso muerte.
Esto representa un importante problema de salud pública, que genera unos costes económicos muy elevados para el sistema sanitario, ya que los pacientes requieren más visitas a los servicios de urgencias, más ingresos hospitalarios y más tratamientos. Según el especialista González-Juanatey, “conseguir una mejor adherencia a las recomendaciones y tratamientos evitaría muchos de estos costes, reduciendo la carga que supone la enfermedad para las arcas públicas y contribuyendo así a la sostenibilidad del sistema”.
La solución, un esfuerzo de todos
Son necesarias estrategias para mejorar la adherencia, pero ello pasa por mejorar la comunicación entre médico y paciente y conseguir la implicación del paciente en su propio tratamiento. “Establecer programas de rehabilitación de los pacientes que sufren un evento cardiovascular y sus familias dirigidos ya desde el hospital ayudaría a mejorar su implicación en la prevención secundaria. Esto podría hacerse a través de un mejor conocimiento de la enfermedad, de los cambios que deben implantarse en los estilos de vida y de la eficacia y posibles efectos adversos de los distintos tratamientos”, explica González- Juanatey. Además, añade, “reforzaría la responsabilidad de nuestros pacientes sobre la cumplimentación del conjunto de recomendaciones que contribuirán de forma definitiva a mejorar su calidad de vida e incrementar su supervivencia”.
La complejidad del tratamiento es también un aspecto fundamental, ya que el número de medicamentos que debe tomarse un paciente en un día es uno de los factores que más condiciona la adherencia. Teniendo en cuenta que un paciente con una enfermedad cardiovascular debe tomar de promedio más de cuatro medicamentos diarios y que muchas veces tiene, además, otras enfermedades que también requieren medicación, es probable que cada día deba tomarse seis, siete u ocho medicamentos. En los últimos años, se han hecho grandes esfuerzos por simplificar el régimen terapéutico, y a ello ha contribuido el desarrollo de un nuevo concepto, conocido como polipíldora, es decir, una cápsula que contiene una combinación de los fármacos que con más frecuencia puede que tomen los enfermos cardiovasculares. El uso de una polipíldora permite que el paciente reciba el mismo tratamiento pero con un menor número de medicamentos diarios, lo que redunda en una mejor adherencia y, en consecuencia, en una mejor salud y calidad de vida.
Existen, pues, distintas estrategias que pueden ayudar a reducir el impacto de la enfermedad cardiovascular en nuestras sociedades. Y deberíamos utilizarlas, sobre todo cuando disponemos de medicamentos que pueden evitar las consecuencias de la enfermedad cardiovascular, que están a nuestro alcance y que no tienen por qué ser una carga en nuestro día a día. La polipíldora es un ejemplo de ello: favorece la adherencia, y permite ahorrar costes al sistema de salud. Aprovechar nuestros recursos es responsabilidad de todos. Lo que no debemos es aceptar ninguna muerte que sea posible evitar.