Lo primero de todo tenemos que entender el concepto de estrés. En realidad se trata de un mecanismo de defensa común a todos los animales que permite resolver las dificultades que se presentan en la vida. Cuando ese estrés se convierte en algo crónico o las demandas del medio son excesivas y/o prolongadas se puede superar la capacidad de resistencia y de adaptación del organismo de un individuo, generándose ansiedad y pasando de una situación de estrés natural y beneficioso a otra de distrés (que es lo que vulgarmente entendemos todos por estrés con esa connotación negativa del mismo). Los problemas laborales, los conflictos familiares y el ritmo de vida actual hacen que nos “estresemos”; es decir, que con frecuencia estemos en esa situación de adaptación que nos acaba superando.
Este distrés o estrés negativo impacta directamente sobre el sistema digestivo. ¿Cómo lo hace? Influyendo en la liberación de una serie de hormonas como las catecolaminas y el cortisol que, aunque de manera puntual son beneficiosas para resolver esas dificultades de la vida, unos niveles elevados mantenidos en el tiempo van a afectar al vaciamiento gástrico, a la motilidad intestinal y por tanto a la digestión y a la formación de las heces. Ello se traduce en digestiones pesadas, flatulencia (conocida como “gases”), movimientos intestinales acelerados (“retortijones”), molestias o dolor abdominal, estreñimiento o diarrea…etc. Además el cortisol también influye en el apetito lo que puede provocar un aumento de peso y una mayor producción de glucosa que pueden conducir a una diabetes.
El papel de la serotonina
Otra hormona que juega un papel importante es la serotonina, también conocida como “hormona del bienestar” y que es liberada en un 95% a nivel del tubo digestivo. Actúa a muchos niveles, pero en lo que respecta a nivel digestivo, interviene aumentando la sensación de saciedad así como regulando la función y los movimientos intestinales. Pero el papel de la serotonina llega más allá; un déficit debido a un mal funcionamiento digestivo o a una mala alimentación va a influir en la calidad del sueño ya que es necesaria para la producción de melatonina, hormona clave en la regulación del ritmo vigilia/sueño. Pero donde su influencia es más importante es a nivel del estado de ánimo, la ansiedad y la felicidad. Este efecto se produce tanto de forma directa como por su asociación con otros neurotransmisores (la dopamina y la noradrenalina principalmente), muy relacionados con la ansiedad, el miedo o la agresividad.
En resumen, un mal funcionamiento de nuestro aparato digestivo va a producir un fuerte impacto en nuestra calidad de vida.
Patologías digestivas favorecidas por el estrés
Las más directamente relacionadas con el estrés son el colón irritable, el estreñimiento y la dispepsia funcional, aunque hay otras patologías como los diferentes tipos de enfermedad inflamatoria intestinal, reflujo gastroesofágico, la pirosis o ardor de estómago, la ulcera gastroduodenal, el espasmo esofágico o pilórico que si bien el estrés no es un factor etiológico directo sí puede precipitar o influir en su evolución.
Tampoco debemos olvidar procesos infecciosos a nivel digestivo, ya que el estrés también influye negativamente en el sistema inmunitario (mecanismos de defensa) del organismo.
Estilo de vida y alimentación
Además de la influencia directa del estrés sobre el aparato digestivo, el ritmo de vida actual va a afectar de forma muy negativa en algo tan importante para nuestro organismo como es la dieta. Por un lado, el poco tiempo que dedicamos a una adecuada alimentación, el comer a deshoras, sin ninguna regularidad y en ocasiones recurriendo a alimentos poco saludables como comida rápida, precocinados e incluso a la llamada “comida basura”, va a influir sobre nuestra salud, favoreciendo la obesidad y la aparición de enfermedades metabólicas como la diabetes, la hipercolesterolemia o la hipertensión arterial.
No sólo es esa vida ajetreada la que nos lleva a comer mal. Las modas sociales que nos inducen a realizar diferentes tipos de dietas “milagro” en un mal entendido culto al cuerpo, como son dietas cetogénicas (ricas en proteínas y con mínima cantidad de hidratos de carbono), disociativas (no mezclan alimentos básicos en la pirámide alimentaria aunque sí tomar grandes cantidades de uno de ellos) que lejos de favorecer a nuestro organismo influyen de una manera negativa y poco saludable sobre él, produciendo estreñimiento, flatulenica, distensión abdominal, patologías biliares y hepáticas…
Consejos
Me parece clave que nuestra actividad diaria por muy frenética que sea, no interfiera en una dieta saludable y mucho menos las corrientes de moda o ese falso culto al cuerpo al que me refería antes.
Respecto a la dieta el primer punto es hacer una correcta distribución de las comidas. Debemos acostumbrarnos a realizar un mínimo de tres comidas al día, aunque lo ideal sería hacer cinco.
En segundo lugar tenemos que dedicar tiempo para cada una de las comidas y no dejarlas al azar del día. La comida mas importante es el desayuno debiendo ser la más rica a nivel energético, justo lo contrario de lo que solemos hacer. Tenemos que intentar levantarnos con la suficiente antelación para hacer un desayuno reposado a base de hidratos de carbono, lácteos y fruta, todo ello con una correcta masticación y un pequeño reposo posterior. El almuerzo o comida del medio día debe ser moderada tanto en cantidad como en calorías para que nos ayude a mantener la actividad diaria y sea fácil de digerir. Por contra la cena ha de ser ligera y separada del momento de acostarse. Si a todo esto le añadimos tentempié a media mañana y media tarde a base de un lácteo o una fruta estaríamos haciendo una dieta muy saludable.
Otros consejos genéricos en lo que a la dieta se refiere serían intentar no mezclar gran cantidad de alimentos, máximo 4-5 por comida. No abusar de la carnes rojas y quitar la piel de las carnes blancas. No tomar demasiados líquidos durante las comidas (máximo un vaso de agua), haciéndolo preferiblemente antes de comenzar a comer para aumentar la sensación de saciedad y bebiendo abundante agua entre comidas. Hay que evitar alimentos picantes o irritantes. y moderar la ingesta tanto de alimentos azucarados (especialmente los de absorción rápida) como de grasas saturadas.
Y, además de la dieta, tenemos que buscar tiempo para el ocio y para el ejercicio físico saludable, lo que también influirá positivamente en nuestro aparato digestivo.
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